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No son hoivitos

Por: Verónica Stockmayer   Bario Totoral , 14 de abril Querido Mige: Sos mui bueno en los juecos de la pelota y me gusta que ...

Por: Verónica Stockmayer

 

Bario Totoral , 14 de abril

Querido Mige:

Sos mui bueno en los juecos de la pelota y me gusta que tu mama te venga a buscar abeses a la salida porque tiene lindas trensas. Mi mama no puede porque esta enferma y si se levanta se cansa mucho. Mi abuela tampoco porque tiene demasiado trabajo.

¿Le pides a tu papa si te puedo recalar un pollito, pero vivo? Abuela me dio permiso

Pippa

 

Eso decía la carta que recibió Migue. Como se acercaban las Pascuas y la mae quería que aprendieran a escribir cartas como las de antes, se le ocurrió que escribieran una para empezar un lindo proyecto de escritura, tradiciones y pequeños obsequios.

Los nombres de la mitad de los chicos se pusieron en el sombrerito mágico de la seño. Los demás sacaron uno al azar para empezar el intercambio. Algunos chicos estaban contentos porque les había tocado un amigo muy amigo, del aula y de otras actividades, otros “tuvieron la oportunidad de saber algo más de un compañero”, dijo la maestra para prevenir protestas.

El problema de Migue era que jamás había sabido de una nena con ese nombre, así que no sabía qué pensar, no de los errores sino de quién era esa carta TAN TRISTE. Nadie se llamaba así.

Había una chica nueva que se sentaba atrás. Junto a la ventana. Casi no hablaba, vestía raro -sandalias con medias en pleno verano, el guardapolvos cortito por encima de faldas muy largas que alguien había adecuado a su tamaño- y era muy seria y aplicada.

Se llamaba Rebecca. Lo decía gracioso, con “r” suave, igual que pronunciaba “me custa” “no poido” y otras expresiones que tentaban mucho a los chicos, que se aguantaban porque la seño Claudia les echaba una mirada como para hacer temblar el aula.

Para responder ese primer borrador -el primer intento se revisaría entre remitente y destinatario, y se volcaría en lindos papeles de tono pastel, con sobres y todo- podían pedir ayuda en casa, sobre todo por la cuestión de los regalitos.

Cuando mamá leyó la carta decidió que el pollito ¡claro!, pero que tenía que saber quién era Pippa, y qué pasaba en su casa, que lo conversaría con la maestra y después verían.

Lo que a Migue le molestaba era tener que admitir que no reconocía a una compañera. ¡Qué feo! Tuvo que  acudir a la mae, y ella, cotejar la lista, en tanto repasaba los pares que se habían armado. Solo faltaba la carta de Rebecca, que siempre acudía a clases, que había escogido papelito. Así que Pippa era ella, y su carta, un llamado.

La niña vivía en un barrio nuevo, alejado del centro. Los registros tenían la identidad de sus papás: madre “ama de casa”, padre “changarín”. Tutora, la abuela. La seño le pidió a Migue que la mamá lo buscara a la salida de la tarde siguiente, que se quedara un ratito.

Así se hizo. Ambas trazaron un plan. La mamá de Migue esperó afuera, pelo trenzado y gran sonrisa. Cuando Rebecca salió -última- le preguntó si era Pippa y le dijo que le gustaría acompañarla para ver los pollitos, así podrían aprender cómo cuidarlo, porque la idea les había parecido muy linda. Pippa dudó, pero la sonrisa de la señora, la mirada  de Migue, la tranquilizaron.

Recorrieron despacio el trayecto que hacía la niña todas las tardes. Era largo. Les contó que habían venido al pueblo porque el papá a veces cosechaba manzanas o peras en el sur, naranjas en Entre Ríos, volteaba eucaliptos en Corrientes. Una vez había ido a la vendimia en Mendoza y no regresó antes de levantar la producción de pimientos en el norte. Regresaba para la tarefa.

Pero la mamá había enfermado mucho y la abuela tenía que hacerse cargo de todo, así que uno de los patrones del padre había facilitado una casa con la condición de que la habitaran para que no se intrusara, así la “mama” estaba cerca del “jóspital”.

Como todo era muy “carro” la abuela hacía pan casero que Pippa repartía temprano con un “ganasto grande”. Algunos días los cargaba con bollos “calientitos” que la nena vendía a la entrada del hospital, en la plaza o a la salida de la “Municipalitat”. Migue estaba asombrado y un poco apesadumbrado recordando los comentarios burlones que habían hecho sobre la nueva… sus zapatos viejos, su cola desprolija y ese lenguaje que nunca acertaba con las “r”: suaves cuando correspondían fuertes y viceversa.

Hasta él entendió que lo del pollito era pura excusa. Llegaron a una casita de patio bien barrido, con un gran horno de barro, mucha leña prolijamente apilada, canteritos preparados para una huerta, muchas plantas en macetas hechas con latas.

La abuela estaba recogiendo la ropa. Se preocupó cuando vio a su nieta acompañada ¿acaso se habría lastimado? ¿se había portado mal? La mamá de Migue despejó temores y le confió que la maestra necesitaba saber en qué podrían ayudarlas.

La viejita contó que a su hija le habían diagnosticado una enfermedad pulmonar invalidante. Tenía cura pero el tratamiento era riguroso, largo y muy costoso. Por eso su yerno partía cada vez que había oportunidad de trabajo que asegurara dinero para la medicación, que no debía faltar.

La mamá de Pippa pasaba mucho tiempo en la cama. No debía faltarle el sol de la media mañana, que era cuando caminaba un poco. Como ya no tenían labores de chacra que habían quedado bajo la responsabilidad de un tío, ella se amañaba con algunas “galyinas”, la huerta, y el tema delos panes y los bollos.

Aclaró que a la nena le gustaba la escuela, mucho más linda que el aula satélite, y que estaba contenta que le hubiese tocado el Migue para las cartas, porque él no se reía nunca de su manera de hablar: eran descendientes de ucranianos y ese fue el primer idioma de Rebecca (/todo lo dijo con el tono, el dejo y la pronunciación caprichosa y aconsonantada que también empleaba la  niña (le confió).

Pippa y Migue en tanto fueron a mirar los pollitos, para que él eligiera el suyo. “Salieron de los hoivos de esta pataraza”, señaló ella.

Le confió que le daba “vergoinza” hablar en el grado, por eso nunca levantaba la mano para contestar, que le “custaría” ir a talleres de contraturno para hacer artesanías, tejer o bordar, pero que a esa hora tenía que llevar los panes, o los bollos.

Madre e hijo regresaron callados. Él no tenía los juguetes que hubiese querido, su bici era vieja, su pelota daba cuentas de muchos años de picaditos, pero a la mañana, después de las tareas, tenía tiempo para unas vueltecitas con -Covid, su perrito, para hacer caminitos con su camión con acoplado -lo cargaba con palos o piedras- mientras su compañera caminaba con una canasta enorme… Al otro día tenía que responder la carta.

Mamá salió temprano y lo dejó “encargado de la casa”. Regresó justo a tiempo para preparar el almuerzo, satisfecha.

Ese día todos estaban expectantes. Estuvieron un rato solos, porque la mae fue a Dirección, citada. Pidió a los niños que cada cual se dedicara a lo suyo. Unos hacían otras tareas o jugaban al ta-te-ti, porque ya habían enviado sus misivas. Migue se esmeró:

 

Barrio Malvinas, 17 de abril

Querida Pippa:

Me gustó mucho descubrir quién sos y visitar tu casa con mi mamá y sus trenzas (que también me gustan). Tu abuela es mui valiente y espero que tu “mama” se cure pronto. Ya estoy preparando un lugarcito para el pollito, porque Trenzas lindas le mandó mensajito a papá, y tenemos permiso. Mi regalo será sorpresa porque lo va a hacer mami.

¡VIENBENIDA al grado!

Migue

 

La seño regresó contenta. Organizó a los chicos por parejas para que revisaran y editaran sus cartas, antes de usar los papeles y sobres con tono pastel. Migue no tuvo problemas para tomar todo en rosadito, aunque algunos empezaron a silbar y a hacer chanzas.

Claudia ayudó a todos con la ortografía y cada cual reescribió su  texto, y pudo ilustrar con detalles. Pippa dibujó un pollito en primer plano y una señora con trenzas, desvaía, al fondo. Migue no era bueno con los lápices: se limitó a un pan con humito y muchos corazones.

Las cartas con sus respuestas se expusieron en un afiche grande, en la  pizarra de “Especiales”, en la galería.

Apenas dos días después la niña se  acercó a la mae para contarle que una señora y un doctor habían ido a su casa. 

Que la mamá recibió atención y ya no tendrán que pagar tanto por los remedios, que dejaron un papel con los días y horarios para no hacer cola en el jóspital… que como ya no iba a tener que vender bollos quería anotarse en el Tallercito de Escritura y Expresión, para aprender.

Migue pensó que tampoco le vendría mal. Le gustaban los animé, las historietas y  -quién sabe-, se amigara con el zafarrancho de s, c, z y  v, b.

El último día antes del feriado todos trajeron regalos y se llevaron sus cartas. Pippa tenía un poco de reserva con su caja con pollito y trapo. Migue la cambió por un gorro con visera graaaande, como el de Sarah Kay, con el nombre bordado  “Pippa-Rebecca”.

La escuela y la maestra tuvieron el mejor obsequio: una tímida esquela había servido como puntita para poner en evidencia un destino  que precisaba reorientarse. Dos familias habían vivenciado el espíritu de las Pascuas: la escuela había sido el escenario. Una niña recuperaba tiempo para la infancia y un chico aprendía qué significaban adversidad, remedio y empatía.

 

Epílogo

El domingo de Pascuas amaneció soleadito y con vientito de gloria. Una abuela, una nena que vestía raro con lindo gorrito de visera Sarah Kay y un hombre con señales de mil soles en brazos y rostro se acercaron a un barrio, averiguaron por un domicilio, y golpearon.

Una mujer de larga cabellera, un nene y su mascota salieron a la puerta. Un señor de manos artesanas aguardaba atrás. La anciana le dio a la nena una fuente, que ella tendió a las manos del chico…

-No son hoivitos de Pascua… son pancitos calientitos que hicimos con la bapcha.

El niño rió, el perrito movió la cola y el señor de manos laboriosas se acercó con un paquete

-para que vayas al tallercito, cuando Migue pase a buscarte.

Zapatillas con cordones y suelas flúor, de la feria, para que Pippa no se ensuciara las medias cuando iba a la escuela, cuando repartiera pan en el vecindario.

 

La entrada No son hoivitos se publicó primero en Primera Edición.

Fuente: https://www.primeraedicion.com.ar/nota/100995155/no-son-hoivitos/

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