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La Semana Santa en el arte: los mil rostros de Jesús

¿Cómo era la apariencia física de Jesús? Ninguno de los evangelios lo dice y tampoco los testigos de la época, pero los artistas lo han reflejado en su obra a partir de...

¿Cómo era la apariencia física de Jesús? Ninguno de los evangelios lo dice y tampoco los testigos de la época, pero los artistas lo han reflejado en su obra a partir de distintas perspectivas artísticas e históricas: desde las primeras imágenes del buen pastor hasta aquel rodeado de caballos rojos que imaginó Van Gogh.

La visión más estremecedora de Jesús es la de la crucifixión, que apareció recién mil años después de su muerte y que se contrapone a la del Buen Pastor, difundida por los primeros cristianos.

Jesús aparece en ese tiempo como un joven imberbe de cabellos ensortijados rescatando a su cordero de los lobos, y por fuentes paganas, es representado como “joven filósofo”, con dos dedos alzados en señal de bendición y un rollo sagrado o un libro bajo el brazo izquierdo.

Al tiempo que surge en el siglo V una corriente de interés por la muerte y resurrección de Jesús, los artistas comenzaron a confrontar a la vez la naturaleza de Cristo como Dios y como hombre que sufrió y murió. El Cristo sufriente en la cruz aparece inicialmente en el arte bizantino para expandirse con rapidez hacia el Este, llevando consigo la tradición de que Jesús tenía barba.

Durante todo el siglo XVI, los artistas comenzaron a explorar los aspectos más dolorosos de la Pasión: las pinturas de esa época muestran un Cristo sufriente, sangrando y lleno de espinas.

Un artista gnóstico del medioevo pintó un cuadro con una cruz vacía y un centurión clavando una lanza en el aire, ya que según sus creencias no era concebible un Jesús hecho carne.

Boticelli (1445-1510) pintó el “Santo Entierro” entre 1490 y 1500, cuando los sobrecogedores sermones del fraile Savonarola resonaban en todo los muros de Florencia. El cuerpo de Cristo, dramáticamente iluminado, refleja el drama sobrenatural.

“La transfiguración” de Rafael Sanzio (1483-1520) muestra a un Cristo adulto de largos cabellos y envuelto en un manto blanco, de él emana una belleza trascendente y una perfección que para muchos es equiparable a su propia divinidad.

Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) lidió toda su vida entre una visión de Jesús humana y otra inasible y sobrenatural, aunque antes de morir afirmó que la carne es incapaz de albergar la divinidad.

En la escultura “La Piedad”, el florentino presenta con un plasticismo cargado de intensidad lírica a una virgen extremadamente joven que no mira a Cristo. Con su cabeza inclinada acepta en silencio la voluntad divina, mientras un Jesús doliente yace inerme en su regazo.

En “El juicio final” que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina, Cristo aparece en su carácter de juez y en el centro de un gigantesca escena rodeado de figuras colosales que parecen girar como en un torbellino. La desnudez de Jesús provocó sobre el artista la acusación de paganismo.

De la escuela de pintura veneciana, sobresale un Cristo crucificado de Gentile Bellini (1429-1507), una visión espiritualísima y sobrecogedora a la que no es ajeno el paisaje. Del mismo autor hay una bellísima transfiguración, en la que Jesús aparece con una túnica blanca, situado en el centro de un vibrante paisaje entre Elías y Moisés.

La resurrección de Cristo de El Greco (1541-1614) que se exhibe en el Museo del Prado y que fuera pintada entre 1605 y 1610 refleja el apasionado misticismo del autor que el clima de Toledo habría de exacerbar.

Todavía más bello es el “Expolio” (Cristo en el Calvario despojado de sus vestiduras) pintado en 1579. La composición está centrada en la túnica que le va a ser arrancada a Jesús, que con la mano en el pecho ofrece al Padre su sacrificio.

Los Cristos de Rembrandt (1606-1669) son radiantes y humanos y se contraponen a las imágenes sentimentales de Jesús -manos en eterna posición de rezo, mirada perdida-, las cuales coinciden con la declinación de la religión por el siglo XIX como fuerza creativa.

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Artistas del siglo XX optaron por el realismo para presentar la imagen de Jesús: Max Ernst (1891-1976) lo mostró como un niño sentado sobre las rodillas de una Madonna, que lo azota, mientras que Picasso (1881-1973) retrató a Cristo como un toro de lucha y Salvador Dalí (1904-1989), desde una aguda y singular perspectiva, nos legó un crucificado azul.

 

La última cena

Capítulo aparte merece una de las pinturas murales más famosas del mundo, “La última cena” que Leonardo Da Vinci pintó en 1498 para el refectorio del monasterio de Santa María delle Grazie de Milán (Italia).

Para esta representación del momento icónico del Jueves Santo, el artista no eligió -como era costumbre en la época- el momento clave de la institución de la eucaristía sino que representó a Jesús en el momento que dijo a sus discípulos: “En verdad os digo que uno de vosotros me traicionará”, una revelación que sorprendió a los apóstoles.

Éstos, distribuidos en cuatro grupos de tres, interactúan entre sí con gestos y movimientos que dan ritmo y vida a la escena, dentro de un conjunto en donde todo converge en la figura central y serena de Jesús.

Leonardo realiza un estudio psicológico y pormenorizado de las reacciones de cada uno de los discípulos con tanta fidelidad, que el historiador del arte británico Ernst Gombrich dijo: “Hay tanto orden en esta variedad, tanta variedad en este orden, que incluso en su estado ruinoso, sigue siendo uno de los grandes milagros debido al genio humano”.

La referencia al “estado ruinoso” es que la obra ha llegado a la actualidad en muy mal estado de conservación, porque Leonardo, en su afán de innovar, no utilizó como era habitual la técnica al fresco, sino una mezcla de temple y óleo, además de una sustancia a base de aceite y barniz, elementos que sobre una pared pobre de yeso provocaron muy pronto su deterioro.

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Fuente: https://www.primeraedicion.com.ar/nota/100993781/la-semana-santa-en-el-arte-los-mil-rostros-de-jesus/

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